sábado, diciembre 23, 2006

El perfume. Tom Tykwer. 2006

No nos engañemos. Esta película es mala.

Es mala por muchos motivos. El primero de ellos es que dura mucho, demasiado (¡147 minutos!)
Luego hay otros motivos que son más razonables, pues no por el metraje se juzga una película.
Para empezar, en todo ese largo metraje se cuentan cosas muy aburridas. La historia se reduce a un hombre con un olfato prodigioso, que busca captar la fragancia que una vez olió en una muchacha, y como no es capaz de captar el olor de las mujeres, se frustra. Ya está.
No hay más que eso. Y con eso, el director busca una mística que quizá en el libro resultase simpática, resultona, y yendo más allá diría que bonita (según gustos claro), pero que aquí se muestra pesada, cargante y estúpida de todas todas.

Le película es mediocre por la voz en off, pues como en el 80% de las veces tenemos al protagonista correteando por ahí olfateando, aparece un narrador que nos cuenta lo que el protagonista piensa. Es un abuso. La voz en off es un recurso tan infantil para tapar carencias de guión que no entiendo como puede colar aquí. Ejemplo (Y entonces Fulanito, creyendo que de tal manera conseguiría cual cosa, se dispuso a partir rumbo a no sé dónde para buscar allí la felicidad. Pero al llegar ocurrió tal cosa que le hizo pensar en aquella muchacha que había conocido... etcétera) Un insulto al espectador.
Este es el plan durante las dos primeras horas. Ver a Ben Wishaw (un actor inglés que promete mucho) olfateando en lugar de hablando y una voz en off que te explica TODO.

Luego está el reclamo de Dustin Hoffman, que aquí sale en un papelito secundario digno sin más. Y los demás actores son guiñapos de guión. Hay desbarradas en el montaje al estilo Bruckheimer, es decir, planos rápidos en los que la cámara avanza sobre el paisaje unos kilómetros a través de valles y colinas (como en Mar adentro también), que no hacen sino convertir en más ridículo el planteamiento de la peli de que el tipo olfatee cosas a kilómetros y además, se esfuercen en demostrárnoslo.
Tiene muchos crescendos musicales, pero no dramáticos (salvo quizá el pre-desenlace) y tiene pasajes de 15 minutos que son un verdadero coñazo (no son poéticos ni bonitos) son aburridos.

Pero si por algo es mala esta película es por un final aborrecible. Un final en el que aparece una orgía heterosexual sin venir a cuento e inexplicable en la historia. Es una especie de "Vamos a cambiar de tercio, e inventarnos el final más gilipollas que podáis imaginar". Lamentable es decir poco. Hasta las 2h de película pensaba en lo mediocre y aburrida que era. Tras ver el final (y como se alarga y se regocija en sí mismo) pienso que es una puta mierda. Así de rotundo.
En el cine empecé a reírme sin parar (spoiler: ver a un obispo tener un orgasmo no tiene precio).

Y por último quiero añadir que el hecho de que el libro sea un superventas internacional y que lo haya leído todo el mundo no justifica una historia tan patética como esta. Siendo El código Da Vinci un libro explícitamente mediocre y simplón, y su película aburrida sin más, da mil vueltas a una adaptación como esta, por poner el primer ejemplo que se me viene a la cabeza. Y ya digo que Dan Brown me parece un escritor malo y Ron Howard un pelele. He visto adaptaciones por encargo que hacían más honor a su versión literaria (ejemplo: Dragón rojo).
Jamás leeré un libro basado en semejante historia.

Es como si hubiese visto una adaptación de cualquier novelita de Paulo Coelho. Una cosa mística, aburrida, ñoña y vergonzante.


Valoración: 1

Tras el cristal. Agustí Villaronga. 1985

Agustí Villaronga es un director mallorquín que, en general, es bastante desconocido entre la cinematografía nacional. Lo último que de él nos ha llegado es el falso documental Aro Tolbukhin: en la mente del asesino (2002) sobre el asesino húngaro en Guatemala. Otras de sus obras son El mar, 99.9 o El niño de la luna. La mayoría de estas, como los actores que en ellas participan, se caracterizan por la fuerte presencia del archipiélago balear.

Tras el cristal (1985) es la primera película de este hombre, y la más aclamada por la crítica. No es muy conocida a pesar de esto, e incluso podría decirse que es debido a la deslocalización del director dentro de la época en la que fue realizada. Si se busca In a glass cage (título traducido al inglés con que se comercializó) se encontrarán casi más referencias que en español. Y es que está considerada como película de culto por la transgresión de sus planteamientos.

Comienza la película con un niño bastante joven colgado desnudo de las manos. Es algo así como una visión sadomasoquista y pedófila de un redentor. Junto a él, un hombre bien presentado hace fotos del niño, se acerca y le lame la cara inmóvil con mirada de vicio. Tras ello, con una cámara cómplice (ahí radica el juego morboso) el hombre coge una estaca y le atiza al niño en la nuca, como si se tratase de un conejo. Es entonces cuando la complicidad malsana del director salta a un tercero que observa la escena desde fuera a través de una ventana. Y ése personaje aún desconocido, que somos nosotros porque nos hace cómplices de lo que acabamos de ver, marcará el devenir de la película. Tras esta turbadora impresión, la cámara (nosotros) sigue/seguimos al asesino por entre unas escaleras hasta las almenas de un torreón. Nos callamos a la espera y el hombre, con parsimonia, se tira al vacío.
Así empieza la película. Así son los primeros 4 minutos. Traumáticamente increíbles.

Obviamente no sabemos nada partiendo de esto (por eso lo cuento), y lo que va surgiendo después es una historia de odio y desesperación, que conduce a un ideario enfermizo basado en la culpa del pasado, en la purga del pecado y en el masoquismo de la víctima. Es algo así como ver una película de Chan-wook Park pero sin casquería. El asunto visceral aquí se centra sobre las víctimas, sí, pero la diferencia radica en que éstas son ahora niños.

Los actores son cuatro, entre ellos Marisa Paredes, que tiene un papel no demasiado protagonista, y cumple a la perfección con el estigma de una esposa amargada y mala, pero en el fondo indefensa. Los demás son la niña Gisele Echevarría (que no haría más cine), Günter Meisner (un actor de segunda fila alemán que hizo un porrón de cosas para la tv germana) y David Sust, el verdadero protagonista de la cinta que, en mi opinión, no cumple ni con una décima parte con lo que su papel de post-adolescente loco depravado prometía. Su personaje (Angelo) está encarnado con la desgana del Jorge Sanz de los comienzos, con frases casi recitadas, sin cambios en el tono y con una rigidez de novato. Este es uno de los fallos graves, pues su personaje no tiene fuerza ni maldad, más bien un deje homosexual inicial que no se te va de la cabeza.

En otro apunte cabe señalar que la historia es enfermiza, pero va decayendo a medida que todo avanza y los personajes se van difuminando hasta desaparecer. Quizá haya personas que no soporten tal grado de perversión moral, y ello les haga hacerse preguntas estúpidas que no habrían de hacerse al respecto de la relación verdugo-víctima (esa es la gracia y originalidad), pero yendo por ése camino, incluso para el espectador más tolerante, la cinta se enfanga en sí misma, se muestra repetitiva en lo perturbada que es (y quiere mostrarse), y eso no hace gracia. Y no hace gracia porque en el minuto 4 hubo un clímax que jamás se vuelve a alcanzar en todo el metraje. Es como si primero te diesen un puñetazo en la cara y luego te estuvieran llamando tonto durante hora y media. Pues eso, que el comienzo te impacta y luego ya no te importa tanto.


Valoración: 5

viernes, diciembre 22, 2006

Muñecos infernales. Tod Browning. 1936


Tod Browning no fue un director de una sola película. Aunque es generalmente conocido por la mayoría por ser el creador de Freaks (La parada de los monstruos) allá por 1932 y sobre todo Drácula en 1931, con Bela Lugosi, ya digo que tiene otras obras reseñables.
Una de esas cintas es esta (The devil-doll) que en un comienzo se llamó The witch of Timbuctoo, escrita íntegramente por él.
Aunque parezca increíble, Browning no triunfó ni con Drácula ni con Freaks. Con la primera, la Universal no quedó conforme debido a Bela Lugosi y a inconsistencias de guión, mientras que con la segunda las críticas fueron terribles y echaron abajo la carrera del director.
Fue a mediados de los años 20 cuando le llega el verdadero éxito, tras reponerse de una depresión, el abandono de su mujer y el alcoholismo, firma con MGM y tras The day of faith, se marca The unholy three (El trío fantástico), un éxito que se repetiría en un remake sonoro en 1930 con los mismos actores (esta sería la única aparición sonora de Lon Chaney).
Así, se producirían una serie de éxitos a finales de los años 20 como Garras humanas, una historia magistral sobre un triángulo amoroso entre personajes de circo, contada en escasos 70 minutos.
Y tras ello, como he dicho, el fracaso sobrevendría con lo que ahora se consideran sus grandes obras.
Se podría decir que esta película es la última junto con Milagros en venta, tras lo cual se retiraría a una casita en Malibú, donde en 1942 moriría su esposa y él se sumiría en la depresión y el cáncer hasta el final de su vida.

Sobre el film decir que cuenta la historia de un banquero que escapa de una cárcel en la isla del diablo, donde ha sido enviado por las falsas acusaciones de tres antiguos socios suyos. Obviamente, lo que busca es la venganza, y también recuperar el amor de una hija que siempre le odió por algo que no hizo.
Gracias a un amigo, descubre una pócima que permite reducir a los seres de tamaño y poseerlos como esclavos, y es ahí donde comienza su venganza.
Podría decirse que esta historia es algo así como la versión freak de El conde de Montecristo que ya escribiera Dumas.

Los actores rozan la sobreactuación y los maquillajes son algo estridentes, pero ver efectos especiales como estos, en la época en la que están rodados tiene su mérito y su belleza. Cuando vi esta película, acto seguido me puse a ver El increíble hombre menguante, de Jack Arnold (1951), que repetiría una fórmula parecida, encumbrada dentro de la serie B de la época. La comparación es odiosa, pero he de decir que la de Arnold es bastante más aburrida que la de Browning. No me refiero a que los argumentos se asemejen, sino a que Muñecos infernales tiene una trama creciente en la que la disminución de los personajes es un gag técnico, mientras que la de Jack Arnold se basa únicamente en el recurso cinematográfico y no aporta mucho más, pues no saca partido del rechazo social que el ser ha de soportar ni de las relaciones con su esposa cuando ya es diminuto (guiño cinéfilo que brinda Almodóvar en Hable con ella y que me parece magnífico. Cuando un Fele Martínez diminuto se cuela en la vagina de su amada).

Es una película recomendable con alguna simpleza típica de Browning, como el uso de tópicos o las caracterizaciones chuscas, pero que entretiene muchísimo, es breve y cuenta una historia de traición, venganza y amor paternal, en la que hay disfraces, esclavos diminutos, robos, asesinatos y finales depresivos.

Valoración: 8