lunes, abril 09, 2007

Concursante. Rodrigo Cortés. 2007


Martín es un joven argentino que vive y trabaja en España desde hace años. Es profesor de Historia de la Economía en la Universidad, y “afortunadamente”, tras participar en un concurso televisivo gana el mayor premio de la historia, tres millones de euros en bienes.

Con este planteamiento de base, arranca la película de Rodrigo Cortés, un treintañero debutante en el largo, que se atreve a hacer una película muy personal para lo que se entiende aquí por ópera prima. Antes de eso, unos cuantos cortos lo avalan (Dentro, 15 días, Los 150 metros de Callao).

La película en sí tiene a Leonardo Sbaraglia de protagonista completo, y un pequeño reparto de secundarios entre los que destacan un Chete Lera y un Fernando Cayo soberbios en sus histriónicos papeles.

Técnicamente, el film es un salto mortal con tirabuzón incluido. Hay de todo. Hay momentos en que la música y la cámara remiten a Guy Ritchie en Snatch, otros planos recuerdan momentos de Fincher en Fight Club, e incluso con la pedantería de ésta última cuando el personaje habla continuamente a cámara, aleccionando al espectador.

Cortés se permite incluso parodiar El séptimo sello de Bergman, aplicando ejemplos morales que, a la postre, recargan la película. Pero es algo que habrá que perdonar.

Yendo al tema de la película, hay que hablar del dinero, de la suerte y de la falta de ella. De cómo un hombre corriente, que aspira como cualquiera a ser rico y vivir bien, se le concede ése privilegio engañoso y ello le conduce a una espiral irreversible de errores y fracasos, hasta una destrucción contada desde el primer fotograma.

En el medio hay un debate que constantemente se muestra al espectador, en el que los personajes se giran y hablan a cámara, y es la esclavitud del sistema económico.

La banca como idea perfecta de la deuda compartida y el establecimiento de la falsa creencia en un dinero que no existe y que nunca ha existido, es lo que se nos dice que hace girar la rueda del sistema socioeconómico en que vivimos.

Y la crítica surge de la negligencia. Del falaz convencimiento de que la democracia es el menos malo de los sistemas, y de que si es lo que hay ahora es porque las mentes más excelsas a lo largo de la historia de la Humanidad, es lo que han dado por válido. Y puede que quizá no lo sea tanto.

Porque un sistema impersonal en el que la deuda se establece con el propio sistema y no con un grupo de personas, un ente, o algo tangible, es un sistema perverso e inmoral para con los individuos. Y lo peor surge de ésa aceptación tácita de la masa, que contempla su felicidad en parámetros de consumo.

Por eso la película, pese a ser pedante y recargada técnicamente, y contar una historia que, al fin y al cabo puede ser una historia sencilla, habla de algo que nunca antes nadie se había atrevido a hablar con tanta desfachatez: que hay algo que falla.

Martín, en un momento de la película, explica que entre los pobres y los ricos la diferencia pasa porque los pobres creen que el dinero hace la felicidad, y que en cambio los ricos, saben que el dinero hace la felicidad.

Y razón no le falta.


Valoración: 7