Teorema. Pasolini. 1968
"Una familia acomodada de Milán recibe un telegrama que incluye sólo dos palabras: "Arrivo domani" (Llego mañana). Al día siguiente, reciben la visita de un muchacho que sin más explicación se instala en la casa como un integrante más de la familia. Esta premisa, que otros directores han usado para crear historias de terror o para satirizar las costumbres de su época, le sirve a Pasolini como punto de partida para crear una de las obras maestras del cine religioso.
Para los que no hayan tenido la oportunidad de ver Teorema, el argumento es el siguiente. El visitante (Terence Stamp) acompaña a la familia en sus actividades cotidianas y despierta en ellos deseos que parecían no existir. Gradualmente el muchacho seduce física y emocionalmente a cada uno, incluyendo a la sirvienta. No lo hace de forma egoísta. Al contrario, es precisamente su capacidad de dar amor sin esperar nada a cambio lo que hace que todos los integrantes de la familia se le entreguen. Todo transcurre felizmente hasta que un nuevo telegrama indica que su huésped debe partir.
La ausencia provoca varias reacciones. La sirvienta (Laura Betti) regresa a su pueblo para hacer milagros. El hijo (Andrés José Cruz Soublette) recurre al arte para evocar al que se ha ido. La hija (Anne Wiazemsky) cae en un tipo de trance del que ya no despierta. La madre (Silvana Mangano) recorre las calles buscando jóvenes que le recuerdan al ausente y los seduce agónicamente. El padre (Massimo Girotti) regala su fábrica a los trabajadores y se despoja de toda posesión material, incluyendo su ropa, hasta acabar vagando en el desierto."
NOTA: A PARTIR DE AQUÍ SE INCLUYE ALGÚN SPOILER PUES SE HACEN REFERENCIAS A ESCENAS CLAVE Y AL FINAL DE CADA PERSONAJE
Con este planteamiento, la película promete muchísimo y lo que ocurre es que luego, toda la parábola de Pier Paolo Pasolini se queda en agua de borrajas. El problema es que la parábola es tan hueca y vacía que no hay por donde cogerla.
La puesta en escena es reseñable. Hay una sucesión más que plástica de secuencias en las que cada personaje por separado crea su exégesis de lo que sería su contacto divino con el protagonista, un Terence Stamp magnífico. La pregunta es pues, qué ocurriría si Dios entrara en nuestras vidas para hacernos felices y darnos esperanza.
La pregunta, que a priori podría desencadenar una trama rocambolesca por todas las variantes que se podrían dar, Pasolini la desaprovecha dejando un vacío que supuestamente ha de interpretar el espectador. Así, la idea que se ha de quedar en nosotros es que los burgueses no son capaces de ser felices, ya que tras su encuentro con la felicidad dada por el demiurgo no sobreviven al encuentro (cada uno de los personajes de la familia padece males a cual más extraño). Mientras la madre (una genial Silvana Mangano) se da a la búsqueda del amor a través del sexo con desconocidos sin ningún objeto y, en ésa búsqueda de la felicidad sólo halla placer momentáneo; el padre rompe con sus tan altas responsabilidades empresariales y con todo lo que implica el dinero, alejándose del mundo, desposeyéndose de todo, incluídas sus ropas, para terminar en un volcán bramando desnudo y sin rumbo.
Los hijos de la pareja, sufren de la incomprensión del encuentro y no ven vida más allá. Por eso, la hija entra en una catatonia extrema y es internada en un psiquiátrico, mientras que el hijo es incapaz de desarrollar su verdadera personalidad (parece que descubre su homosexualidad al conocer al desconocido).
El personaje que de veras pone una contraposición a esa decadencia es la sirvienta que, al no ser correspondida por el desconocido intenta suicidarse, pero él lo evita para posteriormente liarse con ella. Cuando el desconocido se va, ella escapa a su pueblo natal y, tras un período de éxtasis místico y ayuno, comienza a levitar y a hacer milagros. Es decir, la sirvienta es la única que aprovecha el encuentro con Dios para hacer el bien, porque lo comprende. Por el contrario, los burgueses, alienados y muertos en vida como están, son incapaces de comprender la trascendencia del encuentro y al no encontrar la felicidad con la presencia del desconocido cuando éste ya se ha ido, se autodestruyen.
Por eso ésta es posiblemente, junto a algunas de Buñuel, la mayor fábula moral a favor del ideario comunista. Es tan grande el mobiliario izquierdoso del italiano que, habida cuenta de lo que quiere decir, no explica el por qué su Dios dador de felicidad es como es, un Terence Stamp guapo, joven y hermoso, que sólo se esfuerza en dar felicidad sin ningún compromiso, en un acto de esperanza para con la Humanidad. Y ello sirve de excusa aleccionadora para diferenciar quién es capaz de aprovechar el mayor de los dones.
El problema del filme es que es aburrido. Si bien el comienzo promete, con los encuentros privados entre el desconocido y cada personaje, luego todo decae en secuencias ornamentales que rozan la paja mental artística del señor Pasolini.
De Pasolini habría mucho que contar: sus ideas, su muerte, su homosexualidad, su época... Pero es reseñable su poesía. Aquí copio un breve poema:
ANÁLISIS TARDÍO
Sé bien, sé bien que estoy en el fondo de la fosa;
que todo aquello que toco ya lo he tocado;
que soy prisionero de un interés indecente;
que cada convalecencia es una recaída;
que las aguas están estancadas y todo tiene sabor a viejo;
que también el humorismo forma parte del bloque inamovible;
que no hago otra cosa que reducir lo nuevo a lo antiguo;
que no intento todavía reconocer quién soy;
que he perdido hasta la antigua paciencia de orfebre;
que la vejez hace resaltar por impaciencia sólo las miserias;
que no saldré nunca de aquí por más que sonría;
que doy vueltas de un lado a otro por la tierra como una bestia enjaulada;
que de tantas cuerdas que tengo he terminado por tirar de una sola;
que me gusta embarrarme porque el barro es materia pobre
y por lo tanto pura;
que adoro la luz sólo si no ofrece esperanza.
Pienso, en resumen, que está muy sobrevalorada y que si se trata de películas sobre temática religiosa, a la postre me quedo con La edad de oro o Simón del desierto, ambas de Buñuel, o el Dies Irae de Dreyer, porque no son tan tan trascendentemente insustanciales y tienen tramas más sólidas.
VALORACIÓN: 6